Revelando recuerdos.

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jueves, 10 de mayo de 2012

Traficante de viandas

Para la vida,
soy un suculento manjar
que prepara con la celeridad
de quien ahoga sus zapatos
en almibar desmemoriado.
Dentro de mis cutículas
añade sal, con la certidumbre
de una temprana repoblación de nenúfares
de alevosía en mis muñones,
donde la parsimonia recomponga mis palmas
arañando la insipidez,
decapitando a la bestia de la séptima casa.
Adereza con vinagre mis torpes cicatrices,
para comprobar el punto exacto
donde se unen las líneas convergentes
y confabular el mapa de mis debilidades,
(coordenadas que impúdica atraviesa
en la ceremonia de mi confusión
para probar mi insulsa dermis).
Pone mis lágrimas a fuego lento
en un oxidado puchero,
para hacer con ellas un baño maría
y con el vapor
ablandar las efímeras horas
donde cierro las persianas de las sepulturas.
Me echa pimienta en el cielo del paladar,
para que mis palabras sean las justas
monosílabas y trémulas,
y mi lengua
no destile la fertilidad de las magnolias.
Estruja en un mortero mis laudes
con cadavéricas especias
y reseña en el obituario la compota de las noches.
Para la vida,
soy un suculento manjar;
me viene probando desde la cuna
cuando cuajaba la leche del alfabeto
en desérticos pechos.
Se ha comido toda la crujiente guarnición,
que me acompañaba en un cuenco llano
aderezado con madreselvas,
y se reserva el plato fuerte y hondo
con inusitada gula
y sed de añeja cata.

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