Revelando recuerdos.

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jueves, 10 de febrero de 2011

Pérfidas sentencias.


Lo primero es decir que no sé que pasa cuando pongo relatos ,que no separa los puntos y seguidos y algunas palabras me las junta,por lo que pido disculpas de todo corazón por tener que publicar así.Gracias.

Pérfidas sentencias.
Un estremecedor escalofrío se adueña de cada uno de mis músculos y decada poro de mi dermis cuando recuerdo esas sentencias que coronaron con su corte de pánico mi infancia y adolescencia.Alguien terriblemente pérfido estaba empeñado en hacernos la vida todavía más difícil de lo que ya era en los sesenta, impregnando de tabúesmitos y miedos infernales, cada punto de nuestras noches conespectrales formas que amenazaban con engullirnos. Y cada punto de la geografía de los días, con el sórdido recuerdo del sudor entre las sábanas que tornaban en extraño fortín donde protegíamosnuestro diminuto ser de aquellos seres malignos que poblaban el cuarto.Perenne es el recuerdo de aquellas frases que con destreza gobernaban nuestras infantiles horas.“Pórtate bien o te llevará el coco”¿Quién era el coco? ¿Cómo y con qué inhóspitos y oscuros fines venía allevarnos?Nunca lo supe. Tan sólo sé que la sola mención del coco me hacía aferrarme a mi abuela y sintiendo su protección y su calor, los miedos por aquel ser empecinado en no dar la cara desaparecían por un instante.Pero como una especie de efecto boomerang, volvían como vuelven los estíos con su pertinaz canícula tras el rudo invierno.Al parecer, era de vital importancia el tal coco puesto que los hombres de Vasco de Gama llamaron así al fruto por comparación de su cáscara conuna cabeza y ojos.Evidentemente, debí de portarme muy mal por qué el coco me llevó por sus sendas de páramos insondables, y a día de hoy cada trazo de lo que hago o de lo que digo siempre pasa por la mente sin hacer parada y fonda en el corazón. Jamás, ninguna idea, ni acto sortea mi cabeza y mana estrictamente deese músculo que por falta de uso se está volviendo férreo y descarnado.Vivir siempre con el uso de razón, y la razón sin uso es harto complicado y causa de enormes quebrantos que hace que envidie sobremanera a aquellos que pasan por el ciclo vital de las horas, disfrutando de cada momento, paladeando el instante, sin pensar dos cosas a la vez .Si estás paseando todos los esfuerzos concentrados en el paisaje que se nos ofrece, en esas piernas que tan sabiamente responden a las ordenes del cerebro y se mueven al compás sin rechistar.En la ducha: pensar en el agua que cae por nuestra piel y nos relaja y da energía ¡El agua! fuente de vida , pensar sólo en el agua; no en como vamos a pagar los temidos recibos.¡Ay! Qué sencilla sería la vida si el cerebro se limitase a cumplir sucometido y dejase para la energía cósmica el resto del trabajo que no puedo, ni debo controlar.Pero estaba predestinada a que me llevase el coco. Y ante ese augurio tan sólo queda la abdicación como modo de supervivencia e intentar que la convivencia con él fuese lo más llevadera posible. Es así, como en una especie de limpieza de karma adopté como mía esa manida frase;“No me comas el coco”.En una noche de despiste, cuando intrépida no cubría mi cabeza, en alarde de arrogancia,” Don coco” me guió por sus espinosos y lúgubres dédalos sin escapatoria posible cogiendo mi mano.Y sucedió como sucede siempre, que das la mano y te cogen todo el cuerpo, y ahora es dueño de mis actos y esclavo de mis omisiones.Y como todo desatino va encadenado, el de las frases sentenciosas con las que lograban mantenernos firmes crecía y se multiplicabacon la edad.Cuanto mayor te ibas haciendo, más pérfida era la sentencia.La memoria es un pájaro con alas cortas. Cuando deseamos que no vuele le atamos un cordel en una pata y recordamos sólo aquello que no menoscaba nuestro ego.Por el contrario, cuando recordar algo nos conviene, lanzamos al pajarito al vuelo hasta que se estrella en el primer cableado eléctrico que se encuentra; se nos olvidó que evocar es muy cruento y ha de tenersemucha pericia para lanzarse al vuelo sin estrellarse.Yo recuerdo, sorteando cables de alta tensión y todo tipo de obstáculos como si fuese hoy, mi primer periodo a los trece años de edad.Llevaba ya tiempo esperando esa temida hemorragia que según decían te convertía en mujer en plenas facultades tanto mentales como físicas de lanoche a la mañana.Casi todas las de mi clase ya habían tenido esa “perdida” desamparada y me sentía inferior al resto …Si ellas sangraban ¿Por qué no lo hacía yo? Quizás debería hacerme un pequeño corte, o era victima de una terrible conspiración para que siempre fuese una niña.Pero como todo llega, el día de la esperada hemorragia llegó con sucorte de desvelos, de miedos irracionales y leyendas incomprensibles.Al parecer, por unos días deberíamos de huir del agua como se huye de las siete plagas y hacer del aseo un pobre desahuciado en una especie demacabro ritual . Puesto, que cual si de una mayonesa se tratas , si te lavabas el cabello ( por ejemplo) se cortaba la regla y eso podría resultar fatal.(Ten cuidado con los sueños que se pueden cumplir) eso me pasó con la regla. La esperaba, como se espera el alba tras un ocaso desdichado y cuando llega, te asustas y quisieras que aquello nunca hubiese sucedido.Y por supuesto aparte de los dolores menstruales y todos los pánicosinfundados, debía aflorar la consabida sentencia por parte de mi madre que, con voz de ultratumba me miró a los ojos con una cara entre la timidez propia de quien no tiene confianza para hablar de esos temas y la voz suprema de la experiencia.“Ahora que ya eres mujer, no debes de dejar que ningún chico te besequedarás preñada”.El asombro por mi parte fue patente. Pero callando, me dispuse a noabrir mi boca prácticamente ni para preguntar como era posible quecon un simple beso, un niño fuese concebido, y alumbrado en el cielo delpaladar.No entraba en mi cabeza ese desatino, (ni en mi boca). Y a pesar de que algunos años mantuve mis labios cual parking con millares de vados, era evidente que si las demás se besaban y no escupían niños al día siguiente no tenía por qué, ser yo la primera victima de tal desventura.Y de creer que el canal del parto era la faringe, pasé a mi teoría de que evidentemente era más lógico que saliesen por la barriga sin concebir en ningún momento que el canal que la madre naturaleza había creado paratales fines fuese el útero.Y ahora que soy consciente de que no todos los partos son cruentos ni necesariamente cesáreas, pienso que al final algo de razón llevaba mi madre, sólo que no había especificado el tipo de labios que no debían besarse: si eran mayores o menores… De arriba o de abajo.En fin, que debería haber sido más explicita.La angustia pasada es idéntica a la del coco: pesadumbre infinita por no saber lo que quieren decir con esas frases repletas de misteriosas claves para la vida y para la muerte, te sumergen en un océano plagado de olas con el sabor agridulce de la duda y la escocedura del salitre en la inocencia.Los domingos de Ramos se debatían entre esas palmas de laurel impregnadas de caramelos, cacahuetes, monedas de chocolate y todas las golosinas con las que soñaba durante todo el año y una terrible angustia por otra de estas sentencias, esta vez fruto de la “sabiduría” popular.“El domingo de Ramos, si no estrenas algo, te cortarán las manos”.Desde luego puede que esa frase tan contundente fuese fruto de algún agobiado comerciante que a falta de ventas había ideado su propio plan de marketing desesperado y ruin.De otro modo me cuesta creer como nos angustiaban con algo tan terrible y como esa desazón se adueñaba de los días anteriores al domingo rogando a todos los Santos que te comprasen algo, o de nada serviría el ramo, puesto que no tendríamos manos para llevarlo.Sin lugar a dudas lo que estaba claro que en este tipo de sentencias lo de dar una de cal y otra de arena era la consigna predilecta del intelecto sublime que había dado con ellas. Por un lado está la arena (estrenar algo) y por otro la cal ¿no lo haces? ¡Corte de manos!Estrenar algo era una fiesta en los sesenta.Recuerdo los zapatos de charol color crema que me compraron para el domingo de Ramos y no paraba de mirarlos con una felicidad que traspasaba todos los limites del entendimiento. Tengo grabada esa bonanza en los lóbulos de mi mente y a día de hoy creo que fue tan intensa que vivo de las rentas que me dejó la dicha ese día.Iba radiante con mis zapatos y mi ramo lleno de golosinas y lo que es más importante… Con las dos manos intactas.Por supuesto en el ramo no debería ir chicle, por que era otro de los grandes mitos que encumbraron esa delicia de masticar el dúctil sabor de un caramelo por mucho más tiempo, a las lindes de mortífera y letal arma.“Ten cuidado y no te tragues el chicle por que si lo haces se te pegará en las tripas y te morirás”Y desde el instante en que una niña de siete u ocho años oye eso, pueden pasar dos cosas.Que destierre por siempre al lado oscuro el chicle de su vida, o que coninstinto kamikaze se lo trague para probar si es cierto o falso aquello que dicen.En mi caso, no aposté ni por la primera opción ni por la segunda. Convertí los chicles en pequeñas bombas de relojería a las que veneraba y respetaba en la onda convicción de que si tenía muchísimo cuidado y controlaba cada masticación como en un ritual de supervivencia no tenía por que pasarme nada.Cada vez que un chicle penetraba en mi boca, no era para saborearlo, era para adorarlo y temerle como si del mismo Dios se tratase. Y es que en mi mente el chicle tenía el mismo efecto que el temor a Dios puesto que si lo rendía pleitesía no quedaría pegado en mi tripa librándome de unamuerte cruenta y segura.Poder supremo sobre la vida y la muerte alcanzó el chicle en mi corta vida.Hasta que un día antes de ir al colegio, la suerte no me miraba de caray me lo tragué.Recuerdo con nitidez la tremenda pesadumbre que me embargó en aquel momento y como brotaban las lágrimas por mis pálidas mejillas.Sin duda había sido en exceso atrevida con un tema tan serio y ahora me tocaba pagar mi osadía.Pensaba que menos mal que el chicle estaba ya gastado de una hora más o menos dando vueltas como una peonza en mi boca.Inmediatamente pensé que ese factor podría ser detonante para no morir de repente, pues posiblemente el chicle al estar ensalivado no se pegaría con tanta facilidad como si fuese nuevo.Imaginaba mis intestinos como en una radiografía con un objeto no identificado optando a pegarse y causar la repentina muerte.Llorando, les pedía a todos los Dioses cristianos y paganos que eso no pasase, y que el mordaz objeto atravesase los intestinos sorteando los los bordes de los mismos y lo viese en mis deposiciones, las cuales por supuesto estaba controlando.No apareció ni el mínimo rastro y es por ello que pensé que si estaba viva y el chicle no aparecía era por que mis oraciones habían sido escuchadas y me dejaban vivir para que aprendiese esa lección.La angustia gobernó aquel maldito día en toda su extensión.Estoicamente sobrellevé en la umbría de la soledad mi terrible secreto.Nadie era tan pusilánime y ridícula como para encima que te tragas el fruto prohibido, ir a contárselo a la gente.Este tipo de cosas se vivían en el estupor descarnado de la ignorancia.Casi todas las cosas, pasaban de largo por un pasillo bañado en lágrimas y desesperación con un opaco vidrio por donde pasaba la vida de los demás, mientras que la mía se estancaba y no llegaba a ningún lado con este tipo de sentenciosas frases.Dios, era para mi otro campo de batalla con la típica y tópica frase que salía de las bocas de casi todos los mayores que poblaban las cándidas horas.“Dios te va a castigar” Ese Dios castigador desde luego no encajaba para nada con la idea de un señor con barba blanca que sentado en una nube nos miraba con ojos de misericordia y todo, absolutamente todo, lo perdonaba.Y Dios, pasó de ser alguien con el cual yo podría llevarme bien y contarentre mis amigos, a tenerle en el punto de mira de mis desvelos, puesto que por cualquier motivo me podía castigar si no inmediatamente, si a lalarga.“El que la hace la paga”. Mi instinto me decía de Dios tenía muy buena memoria, a pesar de que a veces dudase de ello y con inocente razonamiento pensase que entre tantos pasaría desapercibida si haciatravesuras. Pero de inmediato funcionaba mi sentido común que insistía en una especie de mantra en subrayar que Él lo veía todo, así que no tenia escapatoria posible.Y aceptar la idea de que tal estar a la diestra del maligno y su tridente era mi destino fatal.Y una vez comprendido que ese Dios que yo creí misericordioso tornaba sin previo aviso en castigador, no hallé en mi inocencia otro modo de ver las cosas.Si el de arriba ya castigaba y lo veía todo al estar más alto entre estratos, mejor me aliaba con el de abajo que ya tenía la fama bien ganada y quizás estaba tan ocupado atizando el fuego eterno que con el humo no se percataría de mi presencia. Si a eso, sumamos la ventaja de que estaba debajo, en el averno posiblemente para verme tendría que hacerhacer esfuerzos terribles y de dudoso resultado ya que él no se caracterizaba por su talante férreo y disciplinario.Al final, me transformé en una especie de pequeña autodidacta que no creía en ningún ser superior ni inferior. Desdeñando la fe deje de de creer en el de arriba y en el de abajo en una especie de ley reafirmada por mí que venia a decir.“Apártate del yugo castigador que eso ya lo hace la madre con sumo fervor”Pero reconozco que a día de hoy todavía pienso que tras la fuerza de la acción- reacción cuando impregna mi existencia ese sordo palpitar cuando una desdicha prosigue a la otra sin piedad ni tregua.En esa sucesión de despropósitos está presente la mano castigadora de Dios.A punto de entrar en el medio siglo de vida con más pena que gloria, conel equipaje de esencia de vida todavía vacío, y los días coronados por el cálido regazo del hastío donde se fermenta la comodidad. En estos días, recuerdo estas sentencias y como algunas de ellas nos marcaban a fuego las entrañas cual si de un tatuaje se tratase.Y recuerdo por último aquella que a modo de profética enseñanzacon la mirada de un arcano que conoce los secretos del futurome decía mi madre cuando mis pasos se alejaban del núcleo familiar“No te alejes o te llevará un hombre.Quizás en eso, debí de hacerla caso.

jueves, 3 de febrero de 2011


Sequía. 10 de septiembre.

En esta piel que anido
todavía no ha llovido suficiente.
Áridos y toscos
son los días entre la dermis
vomitando lavas de angustias.
No ha llovido sobre la cornisa
de mis palabras
la esperanza en nuevos mundos
ni riegan el flanco de mi alas
estas podridas
semblanzas entre los juncos
inertes.
No,no ha llovido este estío
sobre estas paredes sin columna
vertebral donde habito.
Y mis manos
escudriñan un sortilegio de cábalas
en la demencia del vacío.
Y cuando nadie me mira,lavo la cara al sol
con restos de tus lágrimas perdidas.
No,no ha llovido lo suficiente en mis ojos,
aún me queda media vida
para rociar estos fracasos
en brazos de una cristalina brisa,
para encontrar una salida
a este dédalo mortecino
para dislocar los delirios
y
morir anegada por la lluvia
que entre los cristales me mira.

martes, 1 de febrero de 2011

Cuervo.

Dedicado.

Cuervo.

En el cielo de tu boca
alojas las ponzoñosas espadas
que atraviesan mis entrañas.

Eres el semblante de la duda, del miedo
de la atadura.

Funesto cuervo que en la noche
corroe las lindes de mis ubres
arañando los despojos de aquella
primavera
cuando alumbraba la vida a cántaros.

Hasta el recuerdo te llevas
callando, de madrugada
en sórdido flanco impregnado de ojos
cárdenos sin miradas.

Cubren otoños la hojarasca
de mi instinto dotado de alas
cuando en el cielo de tu boca
germina la cruenta semilla
del latido de tu voz
mísera y desalmada.

Y con súbita arrogancia
empuñas el filo
de las palabras.