Te imaginaba tendida
en una mullida nube con forma de caracola,
y entre sus algodones, sonreías,
satisfecha y lejana.
Observando como aquí abajo,
nada modificaba el rumbo
en los estuarios
de nuestras rutinas;
como una diosa,
degustando rebeldes y azulados
ramos de uvas.
Escupiendo las pepitas de tu sabiduría
en nuestras obtusas calvas
de meridianos planos.
Todo era más sencillo,
cuando eras nube; escogiendo caprichosa
el claroscuro de nuestros incendiarios
capiteles enlatados.
Más tarde...
el silencio se hizo sombra alargada
en costura cadavérica
deshilachando el minino ápice
de sosiego, en el cuarterón
de mi piel.
Y mis dogmas se hicieron viejos,
mis manos se hicieron viejas
mi rostro se hizo viejo
mis ojos se hicieron viejos.
y el cielo...
Un mezquino nubarrón
que no ha parado
de escupir piedras.