Revelando recuerdos.

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sábado, 7 de abril de 2012

La mirra.

‘Mujer he ahí a tu hijo’. ‘He ahí a tu Madre’ (Jn. 19,26-27).


Tu rostro es como el mio:
rígido y ojeroso
donde millones
de menguantes lunas sin poetas
copulan;
férreas y repujadas facciones
surcadas por el yugo
de la temprana soberanía de la mirra;
hierático y decrépito,
así se nos ha vuelto, hermana.
Como Marta y María vagamos
por el campo santo, absortas,
fantaseando en pernicioso credo.
Quizás al llegar a la tumba
donde reposa la sangre
que nos robó este estío
como la de Cristo...se halle desierta
y con paso firme
de ese funesto ataúd ella haya salido.
El único abeto que entre los cipreses
alardea de su porte
como adolescente,
entre vetustos compañeros del juego
de las tinieblas, oculta
sus ramas en los bolsillos
para fumar un pitillo.
Me mirás...te miro,
somos vísceras despedazadas,
encarnadas en mitades,
deambulando entre los pasillos
del manicomio del tiempo.
La contagiosa demencia
preña nuestro gorjeo
de palomas sin mensajes
escupiendo sobre el mármol
las impúdicas alas amputadas.
Murmuramos
como si ella nos oyese,
por si quedase algo que no le dijimos,
por si un indulto final
como al buen ladrón nos sacase
de la verde cruz y todo quedase
en un error de cálculo divino;
por si percibir el infinito frío
nos acercase más a la certeza
de saber que para siempre ha partido.
Con clemencia me miras,
con lacerante rictus de leona
sin su camada, te miro.
En tus pupilas pasea sin contemplaciones
el silencio de las dádivas inconclusas.
Balbuceas como en un suspiro...
Locas debemos estar para hablar a una foto,
los muertos no contestan
Los muertos no preguntan
los muertos no lloran
los muertos no hablan.
¿Qué me decías, hermana?
Siempre se me van los santos a los cielos.





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