Revelando recuerdos.

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sábado, 19 de mayo de 2012

Mater desolación.

Necesito, simplemente,un hijo que me sobreviva


y al que poder amar hasta el final.


Si me faltara,


¿qué haría yo con tanto amor


como me crece para él


cada mañana?



Begoña Abad..."Cómo aprender a volar".




A menudo se me olvida
que has muerto.
Abro tu armario con cautela.
Él respira pausado,
sigiloso,
pero respira.
Miro su esternón por si acaso
fuese una demencia mía,
(como lo hacia contigo en la cuna)
e insufla más aire en sus grietas.
Los vestidos hacen cabriolas
al compás del blues de Amy Winehouse:
“Lover never say goodbay”.
El beige con capucha
que compraste días antes de partir
contornea su cadera con Shakira.
Tus chaquetas de lana de vivos colores,
como la piel donde dormías
y el prefacio de tu sonrisa de amapolas,
forman un caleidoscopio sinfónico.
Los bolsos piden baile
a tus fulares invocando el mantra
de la diosa Ziva:
“On namah shivaya”,
reluciendo el plateado faro
de tu última cartera,
que contenía cinco euros
para tu paquete de Marlboro.
Saltan como palomas
a por su cáscara de pipas
entre la naftalina y el aroma
de tu perfume a azmicle y hierbabuena.
Se sienten cómodos y distendidos
en la fiesta del desconcierto,
sabiéndose únicos e irrepetibles.
Dueños de mis silencios,
cuando vespertina los arrullo entre mis pechos
mamando la desfloración del recuerdo
salado de mi retina.
Y esclavos de mi memoria, cuando
por un breve instante,
queriendo apartarlos
de mis cicatrices,
me desgarran con sus torpes desmanes
y abren sajaduras
prosaicas, allá dónde habitaban poetas.
Respiran y están más vivos que nunca.
Pero tú, hija…
¡has muerto!
¡Si supiese dónde has ido!
Si supiese dónde reposa tu pelo,
sin las gotas de aroma de lavanda que consagrabas
en la almohada, cuando los sueños entraban
por la rendija de nuestros azulados misterios.
¿Dónde estás? ¿En alguna galaxia más allá
de la estratosfera pendiendo de una estrella?
¿Tienes frío?
Tú, que siempre estabas helada,
no te llevaste ninguna chaqueta
de vivo color para esta odisea.
Con ella, quizás una noche de estas
te hubiese reconocido al otear el infinito.
La verde chaqueta sigue aquí,
en ese cuadriculado milagro de roble,
bailando con toda tu ropa
sin percatarse de tu ausencia.
¡Qué incomprensible ademán
de dislocados niños traviesos!
Nadie les molesta por la mañana
deshaciendo su somnolencia a golpe
de movimiento de percha,
ni por la noche batiendo alas de liquen
en el bosque de los pijamas.
Se han olvidado de su cometido
mostrando su lado más mimoso
en profana egolatría.
Se saben dueños absolutos
de mis lágrimas,
de mi desamparo
y de todo el amor que guardaba para ti.





jueves, 10 de mayo de 2012

Traficante de viandas

Para la vida,
soy un suculento manjar
que prepara con la celeridad
de quien ahoga sus zapatos
en almibar desmemoriado.
Dentro de mis cutículas
añade sal, con la certidumbre
de una temprana repoblación de nenúfares
de alevosía en mis muñones,
donde la parsimonia recomponga mis palmas
arañando la insipidez,
decapitando a la bestia de la séptima casa.
Adereza con vinagre mis torpes cicatrices,
para comprobar el punto exacto
donde se unen las líneas convergentes
y confabular el mapa de mis debilidades,
(coordenadas que impúdica atraviesa
en la ceremonia de mi confusión
para probar mi insulsa dermis).
Pone mis lágrimas a fuego lento
en un oxidado puchero,
para hacer con ellas un baño maría
y con el vapor
ablandar las efímeras horas
donde cierro las persianas de las sepulturas.
Me echa pimienta en el cielo del paladar,
para que mis palabras sean las justas
monosílabas y trémulas,
y mi lengua
no destile la fertilidad de las magnolias.
Estruja en un mortero mis laudes
con cadavéricas especias
y reseña en el obituario la compota de las noches.
Para la vida,
soy un suculento manjar;
me viene probando desde la cuna
cuando cuajaba la leche del alfabeto
en desérticos pechos.
Se ha comido toda la crujiente guarnición,
que me acompañaba en un cuenco llano
aderezado con madreselvas,
y se reserva el plato fuerte y hondo
con inusitada gula
y sed de añeja cata.

martes, 1 de mayo de 2012

Inversión de amor.


2 de mayo del 2012.
Hay veces,que pensamos que siendo madres, aleccionamos al recién llegado en los pasos por la senda de la vida. Pero la mayoría de veces, ellos son los que nos aleccionan a nosotras.
Yo, me siento orgullosa por haber tenido el privilegio de poder ser aleccionada en el camino de treinta años por mi hija Sara ,” mi princesa” la que me enseñó a amar sin condiciones. Sin ella, jamás hubiese conocido el verdadero AMOR.. Gracias hija, por aquel dos de mayo en que llegaste a mi vida. He sido una madre muy afortunada.




En algunas ocasiones,
se invierten papeles
con todos sus borrones
y cuentas nuevas,
y allá, donde debía modelar
el cosmos su cuerdo ciclo vital,
voltea el dédalo del vientre
alumbrando madres.
Nos revelan la travesía
de los fecundos campos;
y en su regazo, regresamos
de los infiernos.
Nos adoctrinan en la desnudez
de las caídas entre negras toallas
que jamás se tiran,
se enjuagan a mano en el arroyo del tesón
y secas, con olor a hierbabuena
renuevan nuestra frente en la sabiduría
del aprendizaje.
Nos enseñan a calibrar en sus diminutas manos
la longitud de lo básico,
y reconocemos en nuestros torpes
dedos, la artrosis que los deslució
en estirados sueños de estrellas,
perecederas e inalcanzables.
Con su olor a talco,
perfuman nuestra podredumbre
de axilas de ocho horas
esclavas de glorías, dueñas de penas.
Sicarios sin sueldo,
de amuletos de latón con dos caras
por los que matamos
y morimos.
Con las patadas de patucos
de ganchillos y lorzas en los muslos,
remueven nuestro culo pegado
al asiento del sistema,
para advertirnos, de cuando caen soles
y se levantan lunas.
Y que los árboles talados
retoñan millones de veces
plantados en suelos
fértiles y frescos, abonados
por el cáliz de la redención.
Hay veces, que se invierten
papeles, y se alumbran madres
en tardes de mayo revolucionarias
que nos amamantan con la leche
de lo primario.
Y nos enseñan, a amar
a dormir, a comer,
a leer con los ojos del alma.
A tragar lágrimas,
y escupir dogmas milenarios
en la mansedumbre de un námaste,
distribuyendo soledades.
Postergando las hojas del almanaque
que no han de caer...
nos enseñan a reconocer los tiempos,
a poner en orden la intuición
en el cajón de sastre de lo efímero.
A recoger
en una caja de papel de compasión
todas las flores del amor
que guardaban para el adiós.
Y partir...
Partir, con la misma dignidad
con la que nos enseñaron
a vivir.